Me recibió un colaborador. Era joven, robusto, vestía de blanco. Me dijo que pasara, que el doctor me estaba esperando. Me indicó el camino, y me escoltó hasta el cuarto de mi entrevistado. Antes de dejarme solo con él, hizo una advertencia:
-Sea breve, hoy no se siente bien -dijo y cerró la puerta con minucioso cuidado.
El cuarto quedó a oscuras. Me quedé quieto, tan quieto que logré escuchar una respiración agitada del otro lado de lo que suponía era un escritorio. Iba a avanzar a tientas, cuando golpearon la puerta y yo quedé congelado del susto.
-Permiso y perdón -se escuchó del otro lado de la puerta, que ahora empezaba a abrirse-. Olvidé encender la luz -agregó el colaborador que vestía de blanco. Enseguida se fue.
Yo había quedado de espaldas al escritorio y de frente a la puerta. Ahora la habitación estaba iluminada. Volví a quedarme quieto y pude reconocer la respiración detrás mio. Conté hasta tres y giré. Cuando estuve frente al escritorio, cara a cara con mi entrevistado, grité, grité fuerte:
-¡Ahhh!
Carlos Menem se asustó. No gritó, pero pude ver que su cara estaba tensa y se tapaba con la sábada hasta el mentón.
-Bueno, bueno. Calmese. ¿Está mejor? Era una broma, un chiste para descontracturar la entrevista -le aclaré.
-No es nada querido -me dijo amigablemente.
Me extranó que el ex presidente me recibiera en cama. Pero más me extrañó el hecho de que la cama estuviera ubicada detrás de su escritorio.
-¿Por qué está en cama? -pregunté.
-Trabajo día y noche, querido -me mintió.
No había venido a entrevistar a Menem con la idea de que me dijera la verdad. Eso era poco probable y también incomprobable. Cuando pensaba eso recordé que tenía que ser breve, como me lo había pedido el colaborador que vestía de blanco.
-Voy a ser directo: ¿Usted realmente quiere ser presidente en 2011?
Carlos sonrió, sonrió con holgura. Pero le duró poco. Su rostro empezó a tensarse, su sonrisa mutó a un gesto de dolor o esfuerzo, su rostro se sonrojó. Pero de pronto toda esa mueca se descomprimió. Menem respiró profundo, como aliviado. No me había dado cuenta de nada, ni del olor, hasta que volvió a entrar el colaborador que vestía de blanco.
-Va a tener que irse. El doctor no va a poder seguir conversando con usted. Está muy agotado. ¿Lo acompaño hasta la puerta?